17. Museo Napoleónico
En 1927, el conde Giuseppe Primoli (1851-1927), hijo del conde Pietro Primoli y de la princesa Carlotta Bonaparte, donó a la ciudad de Roma su importante colección de obras de arte, objetos preciados napoleónicos, memorias familiares, que conservaba en las salas de la planta baja de su palacio. La colección, en la que había acabado parte de la de su hermano Luigi (1858-1925), nació no tanto del deseo de dar fe de los fastos imperiales, sino más bien de la voluntad de documentar las intensas relaciones que ligaron a los Bonaparte con Roma. Estos vínculos se establecieron por la fuerza de las armas en 1808, tras la ocupación francesa de Roma. En 1911, la ciudad fue declarada “libre e imperial” y su gobierno se puso en manos del hijo de Napoleón al que se concedió, ya antes de nacer, el título de Rey de Roma.
Luego, tras la caída del Imperio, casi todos los miembros de la familia Bonaparte pidieron asilo al papa Pío VII y se establecieron en Roma: su madre, Letizia Ramolino, en el palacio Rinuccini; sus hermanos Luigi y Girolamo en el palacio Mancini Salviati y en el palacio Nuñez, respectivamente; y su hermana, Paolina en su villa en Nomentana.
Pero el verdadero iniciador de la rama romana de los Bonaparte, del que desciendía el conde Primoli, fue el hermano “rebelde” del emperador, Luciano, que en 1804, en abierto enfrentamiento con Napoleón se trasladó a Roma. La madre del conde Primoli, Carlota Bonaparte, había nacido del matrimonio de uno de los hijos de Luciano, Carlo Luciano, con su prima Zenaide, hija de José Bonaparte. Carlotta se casó en 1848 con el conde Pietro Primoli y, justo después de la proclamación del Segundo Imperio, se trasladó con la familia a la corte de Napoleón III. El conde Giuseppe Primoli se formó en París y, completó sus estudios, después de la caída del Imperio, en los salones literarios de sus tías Matilde Bonaparte y Giulia Bonaparte, marquesa de Roccagiovine.
Giuseppe Primoli era un hombre culto, apasionado bibliófilo y hábil fotógrafo. Vivió entre Roma y París y mantuvo intensas relaciones con los ambientes literarios y artísticos de ambas ciudades. Representó una interesante figura de intelectual y coleccionista que, a través de importantes donaciones familiares y sabias adquisiciones en el mercado anticuario, consiguió ofrecer a la ciudad de Roma este refinado ejemplo de casa-museo.